Sine cera o un breve tratado de sinceridad

La sinceridad es probablemente el rasgo humano más apreciado. Todas las personas, en todas las situaciones — románticas, platónicas o de otro tipo — afirman que buscan la honestidad en los demás, por encima de todo. ¿Por qué entonces sólo algunas personas son sinceras, mientras que otras son engañosas? ¿Es la sinceridad un rasgo con el que nacemos o se aprende? Antes de buscar una respuesta a esta pregunta esencial que podría cambiar nuestro comportamiento futuro, necesitamos primero definir la sinceridad. Según el diccionario, la sinceridad es "la falta de falsedad o astucia". El tesauro continúa con una lista de sinónimos totales o parciales, como sigue: "franqueza; lealtad, fidelidad. Honor, honestidad, justicia, probidad, integridad. Fe, fidelidad, devoción. Natural, simple, espontaneidad, ecuanimidad. Inocencia, pureza, franqueza; ingenuidad, credibilidad. Confianza, revelación, divulgación, confesión. Objetividad, imparcialidad. Verdad, veracidad. Verosimilitud (rara)"[2] y la lista continúa.

Como vemos, la multiplicidad semántica ofrece la posibilidad de una selección conveniente cuando asumimos el atributo de personas sinceras o cuando lo proyectamos sobre otros. La etimología de esta palabra nos dice muchas cosas sobre las implicaciones que supone. Aunque, desde la perspectiva del folclore, la historia detrás de la "sinceridad" es digna de mención. En la antigua Roma, el estándar de calidad de la cerámica era una inscripción en madera o una declaración vocal de los comerciantes: ¡sine cera!

En latín, sine cera significa sin cera. Para contener el agua, las vasijas de arcilla tenían que estar hechas de una sola pieza y, por supuesto, a prueba de agua. Debido a que podía suceder que una vasija se rompiera por varias razones, se usaba cera para ocultar las grietas. En contacto con el agua, la cera se empaparía y el agua empezaría a fluir a través de las grietas, haciendo la vasija inutilizable. Sine cera era, por lo tanto, la garantía de un objeto genuino. Metafóricamente hablando, ser sincero significa estar "sin cera", es decir, no llevar una máscara. La máscara puede adoptar diversas formas. Desde ocultar nuestros intereses, pensamientos, emociones, acciones, rasgos de carácter no muy agradables y hasta ese maquillaje agresivo, ocultando los rasgos faciales naturales. Aunque mi pensamiento pueda sonar conservador, creo que un maquillaje escultural, que logra rehacer completamente la forma de tu rostro hasta su transfiguración total, es éticamente dudoso. No me refiero a un maquillaje moderado o natural, sino al que te hace irreconocible, incluso para tus padres.

Además de esta definición de veracidad, de una representación acorde con la realidad, la sinceridad también implica la conexión de gestos, palabras y acciones de nuestros sentimientos, pensamientos o creencias. Es un acto de comunicación, para transmitir un mensaje conforme a tu propio ser en todos sus datos esenciales. Bueno, tenemos que abrir un paréntesis aquí. La sinceridad se confunde a menudo con la rudeza y, al final, con la falta de sentido común y empatía. He oído tantas veces a mi alrededor personas que justifican su rudeza, incluso pretendiendo ser las víctimas, a través de la frase "pero yo estaba siendo honesto, ¿por qué te molestó?" La sinceridad no te da el derecho de decir exactamente lo que piensas sin tener en cuenta los sentimientos de los que te rodean.

La autenticidad es la palabra clave de esta ecuación. Al final, sólo se trata de estar en conformidad con uno mismo. Pero ahora, hay otra pregunta. Si parece tan simple y natural, ¿por qué no podemos encontrar gente más sincera? O, volviendo al punto de partida, ¿por qué algunas personas son sinceras y otras no? ¿Estamos programados genéticamente para ser honestos o falsos? No lo creo. En cambio, creo que decidimos cómo queremos ser. Por otro lado, por supuesto, el temperamento dicta nuestra apertura para adoptar una posición franca sobre lo que pensamos, como es el caso de los temperamentos colérico y sanguíneo. También puede indicar una necesidad de retirarse, aislarse y una incapacidad de expresar lo que pensamos - miedo a la vulnerabilidad a través de la exposición — como en el caso de los temperamentos flemático y melancólico. En cualquier caso, la educación en este aspecto está precedida por nuestra decisión consciente de ser personas sinceras y honestas, y es el único factor predominante, que puede hacer maravillas incluso para los más tímidos y melancólicos de nosotros. La coherencia en nuestro propio pensamiento — además del proceso natural de evolución y cambio continuo de nuestra visión de la vida — es una cuestión de respeto hacia nosotros mismos y hacia los demás.

La sinceridad es también una de las principales cualidades que definen el noble carácter de un cristiano. Somos responsables de una relación honesta con Dios ("Ahora, pues, temed a Jehová y servidle con sinceridad y verdad" — Josué 24:14), así como entre nosotros. Debemos ser conscientes del impacto de nuestras palabras y actitudes: "Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad" (1 Juan 3:18).

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